09:05 Horas de la mañana
Barcelona (España).

  Carlos saborea su café en el office de la oficina, su rutina ritualizada pasa por encender el ordenador y salir pitando para la maquina de café, no solía tener remordimientos, cuando llegaba con su café mitad en tripa mitad en el vaso de plástico, el ordenador todavía no habrá terminado su ciclo de encendido. Se sienta delante del monitor con el cartelito de «por favor espere», como todas las mañanas hojea el periódico mientras sigue el proceso de encendido. Suena el teléfono, él no lo coge en un primer momento, piensa que al otro lado dejarán de insistir al tercer toque, pero no, el teléfono no para de sonar, y sonar, Carlos se incomoda y no tiene más remedio que descolgar el teléfono.

    – «¿Carlos es usted? Despierte ya y coja el teléfono de una vez .
– Lo siento jefe, no pensaba…
– Ya veo que no piensa esta mañana, seguramente como el resto de las mañanas desde que le cambiamos el contrato de temporal a fijo. ¿Ha entrado ya en el sistema esta mañana? a mi no me conecta con la Web del servidor de la empresa. Quisiera saber si es un problema con mi contraseña o simplemente el servidor esta caído.

  Carlos colgó y se dispuso llamar a la pagina Web de la empresa e identificarse en la pagina de bienvenida del Portal de la empresa. No tuvo problemas de ningún tipo incluso notaba algo más rápida la respuesta que de costumbre. Pensó en varias cosas a la vez sobre la ineptitud de su jefe y su mala memoria. Si, eso seria la mala memoria de su jefe.

  La oficina de Carlos ocupaba una planta entera en un edificio de oficinas de la calle diagonal, a pesar de lo avanzado del año en la calle había más motos que coches en la calle, absorto en el trafico intenso de la calle, llevaba 20 minutos mirando sin parar la calle diagonal y su trafico intenso, en su mesa su jefe no paraba de teclear en el teclado y hablar al mismo tiempo por el teléfono, un grupo de entre 15 y veinte compañeros habían formado un circulo alrededor del jefe, ninguno de ellos había conseguido poner en marcha la aplicación que les daba paso a los servicios centrales de la empresa.

    – Si, le repito por enésima vez, de unos 30 ordenadores, solo conseguimos entrar con uno esta mañana. Quiere decirme Usted ¿Qué puñetas pasa esta mañana, con la maldita informática?

  El cerebro de Carlos había aprendido a escuchar la voz de su jefe, en un enjambre de conversaciones, como el que estaba inmersa su oficina esta mañana. Motos en la calle como en un día cualquiera, los semáforos en perfecto sincronismo pasando del verde al amarillo y finalmente al rojo y vuelta a empezar. En la calle la normalidad, su cerebro rehuía del caos del interior de su oficina y le obligaba a fijarse en la rutina previsible del trafico exterior.

  Ya llevaba dos horas fuera de su mesa, su ordenador (un moderno Pentium 07) y su Terminal telefónico en manos de extraños, por mucho tiempo que llevara en la empresa su jefe era un extraño, se sentía incomodo cuando estaba delante de él, posiblemente era el trato que recibía de él, no paraba de recordarle en cada frase quien era el puto jefe.

  En su planta solo había dos teléfonos, uno en el despacho del jefe, y otro en su mesa, y no era un premio, su jefe no tenia látigo, tenia un teléfono con el que importunaba continuamente, el resto de personal como él mismo, tenían el programa el «mensajero» un programa de mensajeria instantánea y chat colaborativo, con voz e imagen en tiempo real, el «mensajero» había jubilado a las extensiones telefónicas fijas de toda la planta en muy poco tiempo.

  Los teléfonos móviles tenían más trabajo que de costumbre, si normalmente se hablaba de tapadillo, esta mañana estaban a la vista sin vergüenza ninguna, muchos de ellos pegados en las orejas de sus dueños, otros a modo de concierto de rock, no paraban de fotografiar o tomar secuencias de video del espectáculo de no encontrar a nadie en su sitio.

  Carlos notó un zumbido en el bolsillo del pantalón, y de repente pensó que el también tenia móvil, y que con el podía conectarse al «mensajero» para acceder al Portal de la empresa, Cogió el teléfono, le puso el dedo pulgar la pantalla para la identificación dactilar, y maniobro para ver la causa del zumbido. Un cartelito de aviaba de mensajes entrantes sin leer. Vuelta a empezar, se acerco a su jefe y le paso el teléfono, este sin ganas le cogió el teléfono mientras esperaba una contestación por la línea telefónica,

   – No puede ser Carlos, esto parece un sueño o un mal chiste, que alguien me pinché con una aguja bien grande, como es posible que tu móvil este conectado y los del resto de personal no consigan pasar de la pantalla de la huella dactilar.

  Carlos en aquel momento pensó que quizás la razón estaría en la circunstancia que el suyo era su teléfono no de la empresa como en el resto de empleados, Carlos es maniático con los colores y no había aceptado de ningún modo el color rojo carruaje, que era el modelo estándar de esta temporada, su teléfono corporativo de color no estándar no había llegado aun a la oficina,.

   Carlos quería salir de allí, no tenia nada que hacer ante el cáliz que estaban tomando los acontecimientos, cogió el primer pasillo y se puso a caminar, al pasar por delante de la puerta con el cartel «`prohibido el paso» «sala de ordenadores», se detuvo y algo le empujo a abrir la puerta y meterse dentro, a ciegas tanteo la pared y tardo en contar el interruptor de la luz, cuando al fin dio con el maldito interruptor se hizo la luz y la nada, en aquella habitación de cuatro por cinco metros no había nada, solo las marcas en forma de rectángulo en el suelo de los armario que habían cobijado los servidores de la empresa. La dirección aun necesitando sitio para nuevos despachos no se había planteado dar uso a la antigua sala de ordenadores

   Carlos se acordaba perfectamente, cuando entró hace ya algo más de tres años, al poco de empezar cambiaron el programa de la aplicación corporativa, y jubilaron todos los servidores de la sala, la nueva tecnología hacia inútil los servidores instalados en la sala habilitada para ellos. Nuevas autopistas de la información, nuevos servidores centralizados no se sabe donde, el cambio obedecía al deseo de la compañía a tener centralizado todo su soft critico o no y toda su información en un único punto, de hecho los ordenadores de la planta no tenían disco duro propio.

  Cuando Carlos era adolescente, solía estar enganchado a la consola todo el día, el ordenador estaba normalmente apagado y sin usos conocidos más allá de tratamiento de texto para los trabajos del insti. Al llegar a la universidad tuvo que familiarizarse con el sistema operativo «Siva», un soft ligero evolucionado desde entornos de telefonía móvil y hecho en los suburbios de la India, los programas del «Pingüino» y «Vista» estaban en retirada. La comodidad de utilizar un mismo entorno operativo y compartir las mismas herramientas en su teléfono móvil y su terminal de ordenador es lo que más le gustaba de su puesto de trabajo, De hecho la única diferencia entre el ordenador y su teléfono estaba en el tamaño, los dos artilugios estaban conectados a la red vía conexión telefónica, y estaban on-line desde su encendido, apagar equivale a desconectarse de la red.

  El pitido de alarma de su reloj de pulsera, le ubico de nuevo en el mundo real, en sonido aumentaba de intensidad a la misma velocidad que Carlos salía de la vieja sala de ordenadores. Miro la pantalla de su reloj digital, y en ella aparecía un cartelito «tiene mensajes en espera», «buzón saturado», volvió sobre sus pasos e intento acercarse de nuevo a su mesa de trabajo. Pero la todo continuaba de la misma forma el caos se había instalado esa mañana en la oficina y no parecía que se fuera a disipar rápidamente.