Para saber de los guisos de L’Agustina y saborear sus aromas, haremos un viaje en el tiempo, ella tiene entre 10 y doce años, vive con su abuela y sus primos en la huerta. El pueblo en aquellos tiempos tenia más o menos las mismas casas que hoy, pero no tenían agua corriente ni luz y no sabían que era el gas. La mayoría de las casas tenían agua de pozo propio, aunque en la mayoría de los casos no era potable y les faltaba de todo lo demás.

   En la huerta la familia de L’Agustina tenia algunos pollos, conejos, cabras, y plantaban cereales, sobretodo trigo, cebada y legumbres. A ella no le faltó la leche que le ordeñaba a las cabras.

   En los primeros tiempos de la huerta su familia no tenían horno en el masico, y eran frecuentes los viajes andando al Mas de las Matas, portando huevos y quesos de leche de cabra para venderlos, así mismo cambiaban harina por pan en el horno del Mas.

   Con el tiempo la abuela de L’Agustina hizo construir un horno en el  “mas” de la huerta, y los primeros olores de L’Agustina tienen que ver con el pan recién hecho que salía del horno de la huerta.

   Las gallinas los conejos y las cabras no eran ingredientes en la comida diaria, los pocos  animales que tenían se criaban sobre todo para venderlos o para extraer leche y huevos que también se vendían, los guisos de la huerta sobre todo eran legumbres, judías blancas o pintas que se enriquecían con patatas y algún trozo de matanza rancia de le despensa.

   En la huerta no se plantaban muchas verduras, a lo más algún broquil que alguna abuela insistía en la cancioncilla que eran comestibles, no se plantaban tomates ni cebollas ni mucho menos lechugas, en la mesa normalmente no había ni verduras ni ensaladas. Con el tiempo plantaron judías verdes y aprendieron a secarlas para el invierno, una vez secas las ensartaban en una cuerda a modo de rosario que colgaban del techo.

   En la huerta había frutales, pero en las lindes de los campos, no campos plantados de manzanos, cerezos, y o melocotoneros, la fiebre del melocotón vino un poco más tarde, un familiar cercano, plantó melocotoneros y aprendieron a embolsar sus frutos que luego terminaban vendiendo en Calanda. Si bien es cierto que los orejones de La Ginebrosa ya eran famosos en los primeros años del siglo XIX.

  En aquellos tiempos en el pueblo en muchas casas, había muchas menos viandas para escoger para hacer el menú diario, muchas comidas consistían en repartirse una sardina ahumada entre dos.

   L’Agustina se crió con tazas de leche de cabra y con guisos de judías pintas, pero también sabia que en el pueblo, no tenían tanta comida.

  Y L’Agustina creció, se enamoró de su marido Emilio, se casaron y estrenaron casa en el pueblo de La Ginebrosa. Una hermosa casa en tres alturas, pero sin nada más, sin agua, sin horno, sin luz.

   Amasaba el pan para 15 días, tener la harina ya era un lujo, se pasaba todo el día con la masa hasta que estaba en su punto, al día siguiente terminaba cociéndose en el horno del pueblo, luego volvía a casa con las hogazas de pan para 15 días.

     Los primeros cubiertos y platos eran de barro, y cuando digo cubiertos me refiero a cucharones de cómo para sopa. En la casa no había vasos ni potes ni vasijas de cristal, no había tapers de plástico, ni cubiertos de metal, ni vajilla de cerámica.

  Vajilla de  barro cocido, mesa sin hule, puertas sin puertas a lo mas un trozo de cubrecama, para separar las estancias de la casa, radio de galena, los primeros guisos de L’Agustina en su nueva casa sabían a barro y judías.