L’Agustina no necesita ir a la tienda, lo tiene todo a mano, en la huerta, en el campillo, en la despensa, en los animales que cría en casa, o en corral de las moradas.

  Cuatro años estuvo conviviendo con un burro y una cerda en la primera planta de la casa, ellos vivían en la primera planta, y sobre ellos, un cobertizo para las gallinas y los conejos. Al hacer su primera hija trasladan los animales a la casa de abajo y a los corrales,     

   L’Agustina tiene el recuerdo de la tienda del pueblo cuado tenia 10 o doce años, de ir al pueblo y   entrar en la(s) tienda(s), y no haber alimentos que comprar, la tiendas se parecían más a las ferreterías modernas que a las tiendas de alimentación, eran sosas y aburridas no tenia cosas de interés.

   L’Agustina en cambio le gusta ir a comprar el pan, ir al horno cada día y traerse el pan tierno a casa, le relaja de tiempos más duros en los que amasaba kilos y kilos de harina.

   L’Agustina creció en las caminatas que se daba de la huerta al Mas de las Matas. En el Mas había más abundancia y más variedad de productos, había sobretodo ropa y calzado. Los huevos y los quesos de leche de cabra que llevaba para venderlos le hacían soñar en tener el mejor vestido y los mejores zapatos.

  Mi hija hoy entra en la tienda del pueblo, y no hecha nada de menos, desde un cuento pasado por golosinas, hasta la siempre apetecible coca-cola, todo esta a mano solo lo tiene que coger. A L’Agustina no le gustaba ni le gusta ir a la tienda, se quedaba en casa su verdadero supermercado, es hoy en día y me da la impresión que muchas cosas las compra porque vamos nosotros sus hijos y familia política, y a la vez le gusta que nos sintamos en casa. 

   L’Agustina esta a punto de renovar los electrodomésticos, pero la cocinilla en la que hace las sopas para su nieta se quedara en la casa hasta que llegue el momento en el que el tiempo no sea ni bueno ni malo, ni corto ni largo.

   El  tiempo como metáfora, el tiempo que convierte en recuerdo la vida, el recuerdo que revive en los olores y los sabores de la sopa de la abuela.

   L’Agustina hace más de 52 años se trasladó de la huerta al pueblo, encontró un pueblo empobrecido de años de posguerra, en este periodo hubo pocas cosas que comprar o cocinar, y posiblemente debido a todo ello parte del saber de hacer las cosas se perdió para siempre, muchos de los usos y costumbres se quedaron en el olvido.

  Hace 52 años, L’Agustina entro con su marido en una casa vieja y cansada, servia de establo a un burro y a una cerda en la planta baja, tenían la leña justa para encender el fuego, esa primera  noche de un frío invierno el gallo del cuarto de arriba cantó, y con su canto empezó un nuevo día y una nueva era.