En tiempos de crisis económica el miedo y la desconfianza se instala en los mercados, pero no solo el miedo medra por doquier sino que también las paranoias y los malos y los buenos augurios.

El termómetro en esta crisis además de las bajadas en las bolsas y el intervencionismo en los mercados, viene dado por la capacidad de algunos de desdecirse y plantear justo lo contrario que hace solo unos meses.

El ejemplo más flagrante es el de Alan Greenspan, (ex presidente de la Reserva Federal de los EEUU), ¿Cómo puede equivocarse este personaje, y no haberse dado cuenta de la bestia que estaba alimentando? Su argumento estrella es «no intervenir en los mercados pues ellos mismos se autorregulan» ellos solos se hacen más eficaces, más  competitivos y más honrados si se les «deja hacer» (Laissez-faire).

En la nación más religiosa de la tierra (EEUU), donde el individuo necesita de un (Dios) orden moral para no caer en tentaciones, se alberga la fe ciega que los mercados no necesitan de puertas, cercos, corrales o reglamentos.

Y ahora después de ver el Tsunami de créditos insolventes (palabras suyas),  Alan Greenspan dice que hay que regular. Que no lo dude lo mejor es que se calle, él y todos los que nos han metido en esto defendiendo un credo inamovible, que se callen todos aquellos que por defender su parcela, o su parte de la verdad han tumbado el sistema.

  En Europa no estamos exentos de mesianismo, Jean Claude Trichet, presidente del (BCE), sobretodo mira la bola de cristal del la inflación y pone el tipo de interés según su santo decidir. Trichet dentro de un año también dirá algo parecido, después del desplome y muerte del capitalismo reconocerá que los tipos de interés estaban altos para las circunstancias que se estaban viviendo.

No nos podemos permitir tener en puestos de responsabilidad económica a individuos más allá del bien y del mal, deben y han de estar sujetos al mandato del pueblo, el voto y la democracia como único y último garante del sistema.