Muchos tecnócratas han trabajado en crear un continuo económico en el que la carne fresca de los nuevos puestos de trabajo tenían que obligatoriamente ser eventuales y con salarios menores a 1.000 euros, un escenario que entre otros logros consigue en tiempos de crisis despidos inmediatos de millones de trabajadores en tiempos record y con un coste mínimo en despidos.
La frontera de los 1.000 euros se levanta por un lado al incorporar más de un millón de trabajadores inmigrantes y por otro engendrar una teoría económica liberal en la que la supervivencia de las empresas solo es posible con la contratación de mano de obra barata.
Los mismos tecnócratas se confabulan con los consejos de administración de las grandes empresas y se reparten sin escrúpulos los beneficios de la contención salarial. Planes de pensiones, sueldos de escándalos, clausulas blindadas a su favor en caso de cese, los beneficios en vez de aumentar las reservas o gastarlo en investigación e innovación, se distraen de la actividad principal de la empresa.
Los mismos tecnócratas llevan al altar económico el razonamiento de la estabilidad al promover el libre mercado, y demonizan toda acción de los poderes públicos en la economía, al mismo tiempo que mimetizan la caída del muro con la caída y el desprestigio de la economía socialista.
Podemos teorizar sobre el cáncer que se crea en la juventud en un sistema económico socialista al limitar sus posibilidades, los jóvenes no optan a mejora alguna porque no hay mejora a la que optar. La tabla rasa para todos crea una juventud sin esperanza, que va como zombi y cae fácilmente en el alcohol y las drogas.
También podemos extender el mismo cáncer a la juventud de las principales economías capitalistas, al crear modelos de integración en el mundo laboral con salarios de 1.000 euros.
Durante los últimos años hemos vivido en la pesadilla de 1.000 euros y en la impotencia que era un círculo infinito sin fin, un maldito continuo retorno.
En un sueño donde los bingos se han transformado en videoclubs, los videoclubs en agencias inmobiliarias y las agencias inmobiliarias en tiendas de chinos todo a un euro todo el día abiertas.
Un sueño donde los tecnócratas se despiertan con el ruido que provocan sus chiringuitos al desplomarse, unos tecnócratas que han intentado modelar la sociedad y esta se rebela y se quita el disfraz.
Unos tecnócratas que se encuentran secuestrados por el mundo que ellos estaban dibujando para los otros, es la hora de levantar el velo, y enfrentarse a la realidad.
La realidad va a conseguir encogerse la economía, un 20%, una depreciación en el precio de la vivienda, un retroceso en las cotas de crecimiento, unas tasas de inflación negativa, conseguirán derribar el muro de la desigualdad, los mil euristas no tendrán que saltar el muro, el muro se derrumba catastróficamente.
Una realidad sin el muro de la desigualdad, donde los precios están a la altura de los consumidores, el alquiler a menos de 500 euros, los coches más pequeños y ecológicos, unos servicios públicos decentes y gratuitos.
Millones de casas caras sin vender, millones de coches grandes y derrochadores de petróleo sin dueño, se han de reciclar para conseguir unas ciudades más humanas sin humos y sin sueños de la lechera, una realidad a la altura del sueldo de los 1.000 euros.
La maldición esta materializada, los frutos de una sociedad estresada y estresante se pudren en campas a las afueras de las ciudades, los jóvenes igual que en el mayo del 68 no tienen dinero en los bolsillos, solo adoquines en las manos.
Grecia no es una excepción es el comienzo del fin del sueño, el comienzo de una pesadilla para los que han diseñado un mundo con mil barreras, barreras salariales, barreras culturales, barreras políticas.
No es válido un modelo de desarrollo, sin tener en cuenta el desarrollo armónico de todos sus estratos sociales, la toma de conciencia de un desarrollo sostenible con respecto al medio ambiente, hace a los individuos más conscientes de necesidades de la población sin o con pocos recursos