Después del impacto
Gabinete de crisis en cilindro one.
A los pocos minutos del impacto del meteorito sobre el cilindro, se convocó un gabinete de crisis según los protocolos de gobierno.
Al comenzar el gabinete, el alcaide tomó la palabra:
—No estamos todos, pero no esperaremos para comenzar. Lo acontecido tiene tratamiento de urgencia. En resumen, los daños provocados por el meteorito son muy graves y sus consecuencias, peores. El meteoro entró a una velocidad de 40.000 kilómetros por hora, creando un agujero de 50 centímetros en la superficie exterior y considerables daños en la superficie interior.
El meteoro siguió su camino hacia el eje, destrozando varias cabinas de apartamentos. Esto no lo detuvo, y se empotró como un taladro en un edificio al otro extremo del cilindro. El lamentable estado del edificio ayudó a la catástrofe: el edificio se derrumbó al instante y, al caer en dirección a la rotación del cilindro, provocó el derrumbe en cadena de otros dos edificios del barrio Nuevo Edén. Se calcula en 500 los muertos afectados por la catástrofe.
Tengo un dolor increíble de cabeza. Los edificios estaban afectados por un plan de reurbanización, donde los últimos 500 vecinos se resistían a cambiar de ubicación. Quiero escuchar de ustedes que esto ha sido una maldita coincidencia, y no un plan premeditado para el desalojo de los últimos ocupantes.
Consejero de Urbanismo y consejero de Relaciones Públicas, pónganse de inmediato a confeccionar informes que indiquen la fatalidad de lo acontecido. El consejero del Servicio Secreto, Koichi, levantó la mano.
—Estamos estudiando la trayectoria del meteoro y coincide con el plan presentado a este gabinete como solución final al conflicto de Nuevo Edén. Estamos estudiando la posibilidad de un hackeo del sistema o de una copia del plan por agentes externos.
El alcaide volvió a tomar la palabra:
—Señor Koichi, del Servicio SS, no se ha dado la conformidad al plan al que usted alude, y la responsabilidad de encontrar al hacker, si lo hay, es suya. ¿Tiene usted algún avance en esta dirección?
—Señor alcaide, mi formación en la Tierra me hace suponer la existencia de un “ejecutor” de decisiones difíciles. Mi departamento está rastreando esta posibilidad, sin resultados por el momento.
—Señores —comenzó de nuevo el alcaide—, esto huele a podrido. El primer gran plan de reordenación urbanística está en peligro. Nos jugamos mucho en estos momentos.
En el huerto de pepinos
Helena no se lo podía creer. El huerto estaba gravemente dañado; su trabajo de laboratorio hecho añicos. El sistema de irrigación estaba inutilizado y de la cosecha quedaba muy poco que se pudiera aprovechar. Su asistente calculó que tardarían 60 días en volver a la normalidad.
Flick se maldecía. Debería estar en el cálculo de riesgos por meteoritos y no en el patético departamento en el que trabajaba. Mientras maldecía, su agente tramitaba el cambio de departamento. Él se ocuparía de toda la burocracia.
En el basurero
Heim seguía con una amplia sonrisa.
Los Suzuquis
En el huerto, los dos suzuquis estaban en plena ebullición. En sus algoritmos estaba grabada la desconfianza, y esta desconfianza tenía un nombre: Heim.
24 horas más tarde
Flick decidió salir a investigar en persona el agujero en la parte externa del cilindro. Ambos suzuquis se habían encargado de todos los papeles y de la planificación del paseo. Los suzuquis también saldrían de paseo.
En las compuertas de acceso al exterior del cilindro
Flick se ajustó el traje espacial, que se acoplaría a un exoesqueleto de tres metros de altura.
Los suzuquis entraron en los mandos de unidades de mantenimiento, con forma humanoide, de cinco metros de altura y equipados con brazos robóticos por todos lados. Las tres unidades pasaron los últimos controles antes de salir al exterior. Las últimas esclusas se abrieron, dejando al descubierto una negrura infinita, salpicada de puntos luminosos que, poco a poco, desaparecían del horizonte.
Los suzuquis flanqueaban a Flick durante la caminata. La posibilidad de impactos laterales de micrometeoritos era nula; en los extremos del cilindro estaban desplegados parasoles que servían de escudo. Los pasos eran lentos. Las botas magnéticas emitían ruidos metálicos a cada movimiento. Tardaron interminables minutos en llegar a la zona de impacto, mientras el cilindro no dejaba de rotar sobre su eje.
Unas hileras de hormigas robóticas habían tomado contacto con el agujero. Al llegar a él, se autodestruían, creando una bola de plasma incandescente. Poco a poco, miles de ellas reducían el diámetro del cráter que había formado el meteoro. Cuando Flick llegó, las hormigas robóticas ya habían terminado su trabajo. Donde antes había un agujero, ahora había una superficie incandescente que se enfriaba rápidamente.
La comunicación entre los suzuquis no cesaba. Habían procesado cientos de escenarios para explicar lo ocurrido, pero solo uno tenía visos de veracidad. Estaban ocupados monitorizando las antenas de sus trajes y las de mayor alcance del cilindro. Temían lo peor: la repetición a mayor escala de lo sucedido.
Preparativos de emergencia
Flick estaba al tanto de las tareas y conclusiones de los agentes. Les pidió que hicieran un inventario de las unidades de apoyo que se encontraran a un radio de respuesta de 15 minutos. Al poco tiempo, en su visor se reflejaban las imágenes de varias unidades de mantenimiento de gran tamaño, así como varios drones espaciales de diversas configuraciones.
Los suzuquis se apoderaron de los mandos de dos unidades de gran tamaño, con una envergadura de 30 por 20 metros y equipadas con 12 patas enormes como medio de locomoción. Eran megaarañas metálicas, ágiles en los movimientos sobre la superficie del cilindro. Otras dos megaarañas de mayor tamaño venían hacia la zona con el piloto automático activado.
Un zumbido metálico sonó de repente en todas las unidades cercanas al cráter:
¡PELIGRO! Colisión inminente. Meteorito de unos 30 metros de diámetro en ruta de colisión con el punto del primer impacto. ¡PELIGRO! 10 minutos para el impacto.
Flick y los agentes tenían 120 segundos para elaborar y ejecutar un plan de acción. Los agentes tardaron 60 segundos en elaborar el plan; Flick disponía de otros 60 segundos para aprobarlo. Los primeros en actuar serían los drones espaciales, que lanzarían rayos contra el meteoro. En un minuto, las megaarañas se apilarían unas sobre otras en el punto de impacto.
Los tres exoesqueletos corrían a gran velocidad para alejarse de la zona de impacto. A 30 segundos del impacto, Flick se dio la vuelta: no quería perderse el espectáculo. Los drones espaciales no dejaban de impactar contra la superficie del meteorito. Saltaban chispas y guijarros en todas las direcciones. Mientras tanto, las arañas metálicas ya estaban apiladas una sobre otra, listas para ejecutar la maniobra programada. Las cuatro arañas encendieron sus propulsores en línea y saltaron hacia el meteorito.
El meteorito fundió la primera y la segunda araña, reduciendo su velocidad, pero aún mantenía una trayectoria peligrosa hacia el punto de impacto. En la mente de Flick, las imágenes de destrucción que se desarrollaban frente a sus ojos se mezclaban con las posibles consecuencias del impacto en el huerto donde estaba Helena en esos momentos. Suplicaba que Helena hubiese recibido el mensaje de impacto inminente y estuviera a salvo.
Los suzuquis seguían calculando escenarios posibles en tiempo real. Sus algoritmos buscaban datos sobre la densidad real de las dos arañas restantes. En fracciones de segundo, todo dependía de cuán densas fueran las estructuras de estas. La tercera araña saltó por los aires; los restos de sus patas casi alcanzaron a las tres figuras. El meteorito avanzaba hacia la cuarta araña. La bola de fuego entró en su estructura, y acto seguido, ambos desaparecieron en una explosión fulminante.
El desenlace del impacto
Flick observaba aturdido el espectáculo de luces y explosiones, como fuegos artificiales que culminaban en una traca final. Los suzuquis, al mando de las arañas, siguieron la secuencia en tiempo real. Cada araña había cumplido con su objetivo: la última implosionó justo al momento de la entrada del meteorito en su estructura, logrando que ambas masas se comprimieran en un espacio cuántico.
En el basurero
La sonrisa de Heim se convirtió en una sonora carcajada. Se relamía de pensar en el destino de los suzuquis 517 y 513, ahora integrados en parte de su código.
El paisaje después de la batalla
Los drones espaciales recogían los restos esparcidos por el espacio cercano. Las hormigas robóticas, en constante crecimiento numérico, reparaban las imperfecciones del casco del cilindro y troceaban las piezas más grandes para transportarlas a un lugar próximo. Allí, las hormigas reconstruían una de las arañas con los restos de la batalla.
El exoesqueleto de Flick estaba tumbado en el suelo, cubierto por las unidades que comandaban los agentes. Las hormigas robóticas deshacían las últimas capas del airbag que cubría el traje espacial de Flick, devolviéndole la movilidad. Los agentes tenían trabajo por delante: explicar lo acontecido en los últimos tres segundos. Fuese lo que fuese lo que había pasado, no estaba en el plan acordado.
En la sala de operaciones del Servicio Secreto
Koichi desconectó cientos de terminales de seguimiento. Los suzuquis alfa y omega habían cumplido con su trabajo de manera impecable.
La vida en el cilindro
El cilindro continuaba rotando sobre su eje. Los orbitanos seguían con sus vidas. Las noticias ya no daban novedades sobre los impactos. En todos los canales del cilindro, el alcaide anunciaba el comienzo de las obras de reurbanización en el barrio “Nuevo Edén”.
Nota
No se pierda la próxima entrega.
• ¿Podrán los suzuquis enfrentarse a la amenaza de Heim?
• ¿Retomarán Helena y Flick la intensidad de su relación?
• ¿Cuál fue el verdadero papel de los suzuquis alfa y omega?
Si la ansiedad le supera, llame al 112.