El hermano de José se levantó de un sobresalto. La alarma no dejaba de sonar; no había pasado ni una hora desde que se metió en la cama, la alerta venía desde la central de policía.

José y Manuel Capitulo 3

Se levantó de un sobresalto

“Se ruega a todo el personal disponible que se ponga en contacto con la comisaría para recibir instrucciones. Código negro.”

—¿Qué podría ser? —pensó Justiniano.

No terminó sus pensamientos cuando sonó el teléfono. “Mamá” aparecía en el identificador del móvil. Cogió la llamada.

—Cariño, ha pasado algo horrible. Tu hermano me ha llamado, a ratos contento y a ratos maldiciendo, y esto solo puede ser muy malo —dijo su madre.

—No nos pongamos nerviosos. Tengo una alerta en el busca y mucho me temo que estemos sobre la misma barbaridad.

—Solo te pido que cuides de tu hermano; es familia. Yo estoy muy arrepentida de…

—Mamá, no te machaques —le cortó su hijo—. Dentro de un rato te llamo, en cuanto me entere de algo.

Justiniano, como si de un partido de tenis se tratara, no dejaba de alternar la vista entre el busca y el móvil. Necesitaba más información.

José y Manuel Capitulo 3

El sargento de guardia no paraba de dar instrucciones

El sargento de guardia no paraba de dar instrucciones a los policías que se iban incorporando al servicio en la comisaria. Estaban en la fase de búsqueda y captura de un criminal muy sanguinario y, ante la falta de novedades, la zona de búsqueda se iba ampliando por momentos.

Las instrucciones eran claras: no correr riesgos. En lenguaje callejero, eso significaba disparar primero y luego seguir disparando. Al escuchar esto de la boca del sargento, a Justiniano se le pusieron los pelos de punta, mientras que al resto de sus compañeros se les dibujaba una sonrisa de oreja a oreja.

“Joven rubia, brutalmente asesinada. Perfil del asesino: joven, de estatura media, posiblemente con sudadera oscura. Se recomienda no entablar conversación con el sujeto, puesto que tiene un diagnóstico de esquizofrenia, con desarrollo de personalidades múltiples.”

Para Justiniano presente en la sala de conferencias de la comisaria, no había dudas: era su hermano. No era el momento de comentarlo a nadie. Tenía que ser el primero en localizarlo. Ya pensaría más tarde cómo enfrentarse al mundo.

El sargento asignó las parejas y las zonas de búsqueda, a Justiniano como compañero de Simón, “el duro”. Poco después, estaban en el coche patrulla dirigiéndose a la zona asignada.

—Dos tiros en la cabeza —empezó a decir Simón— y tendremos el ascenso asegurado.

—De noche todos los gatos son pardos. Si todos somos tan ligeros de gatillo, esta noche habrá una carnicería —continuó Justiniano.

Esta noche hay barra libre

—Por la noche no hay gatos buenos en la calle. Ojalá hubiese más códigos negros; limpiaríamos de mala gente la ciudad.

—Yo te aconsejaría poner el seguro en el arma e ir con más tiento esta noche.

—No sé yo… ni seguro ni tiento. Esta noche hay barra libre.

La noche se llenó de sirenas de coches de policía. Las calles se habían llenado de lobos con uniforme, y la luna llena contribuía a estimular las ganas de sangre.

A Justiniano se le acumulaban las dificultades: en la radio, el sargento; en el teléfono, su madre; conduciendo, Simón, el del gatillo fácil. No paraba de darle vueltas y vueltas al enfrentamiento con el monstruo de Manuel: o lo metía en una jaula, o dejaba que Simón cobrara la pieza.

En la calle, el león estaba suelto, de las zarpas impostadas caían gotas de sangre que impactaban en la acera. Con la misma sudadera y con las pupilas en punto tal felino al acecho, a José solo le apetecía volver a «Paraíso».

—No podemos perder la oportunidad. Estamos en racha; lo hemos hecho del carajo —empezó hablando Manuel.

—Sí, pero yo ya tengo suficiente —continuó José.

—Nunca es suficiente. La sangre llama a la sangre.

—No, yo busco la dulzura del beso.

—Y yo busco ser el zorro que mata las gallinas en pleno delirio y orgía de sangre.

—Por hoy, basta —dijo José.

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Esta noche no ha terminado.

—No, quizás no veamos el mañana. Esta noche no ha terminado: o ellas o nosotros —respondió Manuel.