Autor texto Antonio Vallespin, ilustraciones creadas por IA.

 

   Eran las cinco de la tarde. José recogía sus pertenencias antes de salir del internado, una larga estancia de 15 años, desde los 18 hasta los 33 que tenía. Observaba sin ganas los objetos expuestos en el mostrador ante sus ojos; no reconocía nada. Se limitó a recoger la documentación y algo de efectivo; el resto quedó en el mostrador.
Una vez en la calle, se quedó quieto en la acera. Detrás suyo se cerró el portón del centro de recuperación psicológica “El Paraíso de los Santos”. José estaba esperando a Manuel; lo sentía a su espalda y esperaba el achuchón que le indicaría la dirección a tomar.
Decidió cruzar la calle sin mirar. Había perdido la costumbre: frenazos, pitos y gritos lo acompañaron mientras llegaba al lado opuesto de la calle.
   En el centro de recuperación, el director tenía el expediente de José encima de la mesa, como era habitual en cada alta. Empezó a leer al azar:
«José Twin. Al nacer murió su hermano gemelo enredado en el cordón umbilical…»
Se lo sabía de memoria; no continuó. Solo especulaba: ¿cuántos días tardaría en volver? y cerro el expediente.

La espera

La espera

   José se paró en el primer bar abierto que encontró, el “Sin prisas”. Entró, no había nadie. Se sentó y esperó. Al poco tiempo llegó Melania, la camarera, una joven rubia, con tacones altos y unos hermosos ojos azules. No paraba de masticar chicle.
—Solo tiene 30 minutos para tomar lo que desee; estamos a punto de cerrar —dijo Melania en tono agudo, al tiempo que le ofrecía la carta.

   José y Manuel no se ponían de acuerdo en la comanda. José hizo una señal a la camarera.
—Sí, ¿qué desea tomar? —preguntó Melania.
—Dos refrescos de cola y dos hamburguesas con queso y muchas patatas.
Melania tomó nota. De camino a la cocina murmuró:
—¿Dos hamburguesas y dos colas?
Al tiempo que volvía la mirada, el cliente parecía tener una apasionada conversación con alguien. Melania no le dio importancia; sería una conversación telefónica con manos libres.
—Ya vi, la chica es muy guapa. Es tu tipo, Manuel —susurraba José.
—Tengo hambre de chica. No sé si podré esperar al final de su turno —respondió Manuel.
—No quiero volver al Paraíso, no al menos pasados unos días al aire libre.
—Chorradas. Nos llevaremos un cuchillo. Ya siento la sangre fresca entre las manos.
—Primero la hamburguesa —dijo José.
—Primero la sangre —replicó Manuel.
   Mientras se hacían las hamburguesas, Melania dudaba si llamar a su primo Evaristo, el culturista. No quería pasar miedo del bar a la parada del bus. Los primos están para eso, y mucho más llegado el momento. Sí, le llamaría. Pensar en sus anchos hombros y fuertes brazos la sacaba del mundo y la llevaba a la antesala de sensaciones húmedas. Era su primo, y todas las barreras estaban bajadas.
José no dejaba de mirar la puerta de la cocina; se le hacía la boca agua pensando en las hamburguesas. Mientras tanto, a       Manuel se componía el bulto entre la ropa interior. No quería llamar la atención más de lo necesario. De estar en el Paraíso, estaría confortándose, sin dejar de mirar a la rubia del calendario colgado en la pared de su cuarto.
    Melania dejó las hamburguesas en la mesa. El cliente ni la miraba; tenía la mirada al frente mientras cogía las patatas con las dos manos. «Se las apaña de maravilla con las dos manos», pensó Melania.
    Más relajada, tras confirmar con su primo que la vendría a buscar, Melania no dejaba de mirar al cliente comiendo. Era capaz de manejar con ambas manos los cubiertos a la vez, mientras no dejaba de susurrar.
José pagó la cuenta. Melania ya había recogido el establecimiento; solo le quedaba cerrar e irse.

La espera

La espera

José y Manuel esperaban desde un cruce cercano. Se escondían detrás de un poste de alumbrado que, ocasionalmente, no alumbraba.
—Quiero intimar. Déjame hablar un rato con ella. Con un beso bastará —dijo José.
—No, no habrá tiempo. La he visto asustada y hasta es posible que la vengan a buscar. Tenemos que ser rápidos y eficientes. La abordamos y tajo en cuello —contestó Manuel.
—No, insisto. Déjame hablar primero.
—No. Primero la sangre.

El cuchillo

El cuchillo